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Reseña sobre Los salvajes en el cine

Sobre la quimera de encontrar la raíz del mal afuera
Por: Camila Palacios Amézquita


La historia de la humanidad, suele decirse, es el resultado del paso del mito al logos, de un pensamiento mágico a uno racional que resuelva, aunque distintamente, los mismos interrogantes. En ese marco, la cuestión relacionada con los orígenes del mal es una de las que más insistentemente ha acompañado al ser humano; en lo que a ella respecta, el salto al logos no parece haberse dado. Al menos esa es la idea que defiende Roger Bartra en Los salvajes en el cine, un ensayo que persigue el mito del salvaje en sus muy diversas representaciones en la pantalla grande.

Bartra, en vez de decidirse por un recuento cronológico, escoge acertadamente una presentación del tema a partir de capítulos: tenemos, así, varios subtipos de salvaje. Están, en primer lugar, los monstruos y salvajes reales, cuya bestialidad tiene más que ver con su anormalidad que con su animalidad, y cuya exhibición dice más de la curiosidad morbosa, de la condescendencia y del deseo de domesticación de los demás seres humanos que de su propia naturaleza extraña. Luego encontramos una exposición de los salvajes prehistóricos quienes, en sus apariciones como intrusos anacrónicos, revelan su vulnerabilidad e incongruencia. En tercer lugar, están los superhéroes bestiales, versiones modernas del buen salvaje con preocupantes nociones de la justicia y la vigilancia, y, al tiempo, espejos interesantísimos de la sociedad en que vivimos. Bartra dedica el cuarto capítulo a los ciborgs salvajes, híbridos en los cuales lo mecánico cumple la parte de lo bestial que acompaña al humano empático, que siente miedo, se enamora y, sobre todo, tiene una memoria sentimental y una consciencia humana expansivas. Después, tenemos a los humanos poseídos, breve o largamente, pero, en todo caso, no de manera permanente, por lo salvaje —inquietantes recordatorios de la cercanía del mal, que puede alojarse en nuestros vecinos, amigos y, ¿por qué no?, hasta en nosotros mismos—. El sexto capítulo se dedica a los licántropos, cuya misteriosa y contradictoria naturaleza refleja la dualidad de una condición humana que es, también, profundamente animal. Luego, Bartra habla de los salvajes nobles, con Tarzán como el paradigma del héroe a quien la benignidad le ha sido inculcada por los animales y que, en un acto de amor y agradecimiento, suscribe a nobles causas. Finalmente, el libro cierra con un capítulo sobre los salvajes extraterrestres que, aunque parecen lejanos y diluidos en las intrincadas tramas en que aparecen, son, en realidad, representaciones casi satíricas de la condición humana.

Desde la conmovedora historia de Victor de l’Aveyron, llevada magníficamente a la pantalla por Truffaut, hasta Spiderman, pasando por Frankenstein, Chewbacca, la mujer pantera y el hombre lobo, en este libro Bartra rastrea en sus breves reseñas cinematográficas la ‘otredad interior’ de los salvajes que, al fin y al cabo, es lo que les ha permitido sobrevivir como mito en el imaginario colectivo de la civilización occidental. Su cercanía a ella es tal que parecen, más bien, surgir de sus profundas entrañas.
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